¿Qué importa un nombre?

EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.
- Por EDUARDO ALVAREZ
Nada frente al alma que nos guía y provee de ideas y sentimientos. Es decir, lo que podamos aportar como persona. Si le hacemos caso a Shakespeare, podemos entender la esencia del ser humano como individuo útil a la familia y a la sociedad. Nos escapamos de esas naderías que con tanta frecuencia se nos imponen como verdad inmutable, como esa de que somos y valemos un nombre.
Es probable que la Junta Central Electoral se haya apresurado en una medida que pudo ser consensuada, no así eludida. Comprendido en el Registro Civil, cada individuo debe tener una identificación: nombre y apellido. Regatear esto sería un acto de mezquindad que nunca nos ha caracterizado, por tanto, no es parte de nuestra idiosincrasia.
“Julieta: Acaso no eres tú mi enemigo. Es el nombre de Montesco, que llevas. ¿Y qué quiere decir Montesco? No es pie ni mano ni brazo ni rostro ni fragmento de la naturaleza humana. ¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa, tampoco dejaría de esparcir su aroma, aunque se llamara de otra manera. Asimismo mi adorado Romeo, pese a que tuviera otro nombre, conservaría todas las buenas cualidades de su alma, que no las tiene por herencia. Deja tu nombre, Romeo, y a cambio de tu nombre que no es cosa esencial, toma toda mi alma”. ¿Hay mejor forma de exaltar la identidad que procuramos y necesitamos para ser alguien en la vida?
Mientras estamos metidos de cabeza en ese tema, la nación está toda comprometida en una deuda pública que supera el 53% del PIB y el Congreso autoriza al Ejecutivo a vender parte de los bienes estatales para seguir financiando un barril sin fondo llamado Punta Catalina. Pero esto parece importarles un bledo a quienes emplean sus energías en discusiones estériles de cómo van a llamarse mañana miles de niños ya reconocidos oficialmente. La misión por delante es crear las condiciones para que sean productivos y no una carga. Para que no se sientan excluidos, confinados en un gueto de potenciales delincuentes.
Educarlos y garantizar su salud, como a cada ciudadano de esta media isla, es lo que debe estar en juego. De ese modo, emplear el tiempo en un asunto que es medular o esencial, sacado deliberadamente del debate. ¡Ojo! La política suele tomar aquí un tono folclórico y trivial que se confunde con la farándula y el inmediatismo, cuando no con el amiguísimo y la francachela clientelista. Distracción a posta, falta de visión o un pobre cálculo que nos retiene en el más deplorable atraso político y económico.